Hay de maneras a maneras de promover la cultura nacional en un gran aeropuerto internacional como es el caso del “Benito Juárez” de la Ciudad de México, es decir, el conocido Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) que con justicia puede ser considerado potencialmente como un excelente escaparate para ello.
Quienes hemos tenido el privilegio de frecuentarlo a lo largo de los años hemos sido testigos de manifestaciones culturales en sus instalaciones, lícitas y otras no tanto; las primeras especialmente en cada una de las galerías que cuentan sus dos terminales mediando acuerdos con instituciones sin fines de lucro, mientras que las segundas, seguramente lucrando, obedeciendo instrucciones superiores de darles facilidades extraordinarias para la exhibición y hasta venta de arte por parte de privilegiados artistas, caso del escultor Rodrigo de la Sierra y su entrañable personaje llamado “Timo” con que el gobierno del expresidente Enrique Peña Nieto fue extremadamente generoso en ese sentido, como lo fue con su colega Jorge Marín, cuyas obras alguna vez emplearon espacios públicos en esa terminal aérea para promoverse.
Lo cierto es que un día de diciembre pasado me llevé la desagradable sorpresa de ver la galería de la Terminal 1 del AICM copada, cual tianguis y cual aeropuerto de Santa Lucía por puestos de ventas de todo tipo de cosas, es cierto vinculadas a la gran y envidiable oferta textil, artesanal y gastronómica de México, en el marco de una presentación denominada “Amarte México”, exhibición que documento con un par de imágenes, sin duda en el fondo con tintes políticos, otorgando espacios de venta y seguramente sin pagar contraprestación alguna al aeropuertos a los productos del “pueblo” por parte de los mismos virtuales tiangueros con los que uno se encuentra frecuentemente en eventos en el Zócalo capitalino.
La verdad es que no me gustó en lo más mínimo este hecho, como tampoco me agrada el constatar como valiosos espacios urbanos turística y culturalmente hablando de la Ciudad de México, caso entre otros del paseo de la Reforma, la Alameda Central, el Palacio de Bellas Artes (aunque los hayan relocalizado), el Zócalo y sus alrededores han sido tomados por vendedores ambulantes y no tanto, explotándolos y acabando con buena parte de su atractivo visual. Es más: me parece que todo México, desde los barrios más humildes y marginados hasta sus calles, avenidas, plazas, parques y atractivos más representativos están siendo convertidos en tianguis llenos además de indigentes, mendigos y basura. Circular a pie o en un vehículo por todo México es equivalente a transitar por un mercado público al aire libre con todo lo que ello significa en cuanto a la calidad de la movilidad, e insisto, del deterioro del espacio en el que se instalan.
Si lo que pretende un administrador aeroportuario es promover la cultura nacional, puede organizar exposiciones sin propósitos de lucro en sus instalaciones. Si lo que desea es que los productos tradicionales mexicanos se vendan en sus instalaciones, que otorgue espacios comerciales a los interesados, previa contratación y mediando entre otras obligaciones el correspondiente pago de una renta justa, tal y como lo marcan los manuales de comercialización de cada infraestructura. Lo que no se vale es que un espacio tan valioso como es la galería de la Terminal 1 del AICM se le otorgue, cual tianguis, a un grupo de comerciantes, seguramente identificados con el actual régimen, aun cuando sea de manera temporal, como siento es el caso.
Creo que ya es tiempo de decirle al morenismo que ya basta también con la depreciación de los espacios públicos al ser empleados como herramientas de propaganda con “humildes comerciantes” como protagonistas, que no descarto, estén en alguna nómina gubernamental.
¿Sueno sectarista o lo que es lo mismo en el argot chairo como fifí?
Quizás, y la verdad no me arrepiento de sonar así cuando desde mi perspectiva política progresista constato el daño que el progresismo de cuarta le está haciendo a mi amado México y claro está, a mi imperfecto pero adorado AICM al que cada día irónicamente hablando veo más hundido, cual barco carente ya de la flotabilidad que requiere para mantenerse navegando.
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