Mi desencanto con el periodista financiero David Páramo proviene de haberle escuchado hace años opinar en la radio con total desacierto sobre algún tema de aerotransporte. Una tarde, sin embargo, le escuché una declaración que me temo tiene mucho de razón: estamos ante una primera guerra mundial en materia económica y esa como cualquier otra guerra va a terminar siendo devastadora.
Hace unas semanas tuve el privilegio de asistir a Logistics World 2025 en la Ciudad de México, experiencia que comenté en mi anterior columna en este mismo espacio. Recuerdo haber indicado que, si bien el evento reflejaba la buena salud de la industria logística, teníamos que hacer votos para que cuando nos volvamos a reunir en el 2026 la misma se mantenga y no se haya deteriorado producto de las ocurrencias proteccionistas y arancelarias de Donald Trump, presidente de Estados Unidos.
Recientemente también había comentado en otra columna sobre el impacto en la demanda y por ende en la salud del aerotransporte mexicano que tendrá el fin de la era del libre comercio en América del Norte. Habiéndose constatado que el pleito del patológicamente narcisista Trump no es solamente con sus socios norteamericanos sino con el mundo entero, no es difícil entrever que la economía global y no solo la de nuestra región se verá afectada, algo que no se requiere ser economista o estudioso del negocio aéreo para reconocer que impactará negativamente en las cifras de las operadoras aéreas de pasajeros y carga. Es decir que, para variar, será la aviación comercial una de las industrias más afectadas por el entorno, en este caso político y comercial. Lógicamente preveo menos capacidad e interés por parte de empresas y personas en la adquisición de boletos y guías aéreas lo cual no solamente puede reducir frecuencias en ciertas rutas sino hasta terminar por cancelarlas con todo lo que ello implica, por ejemplo en cuestión de empleo en el aerotransporte civil.
El Plan México
El pasado 3 de abril la presidenta de México elaboró detalles de eso que llama “Plan México”, documento en el que básicamente se nos dice a los mexicanos que nuestro flamante gobierno humanista, progresista y feminista ya tiene una vacuna contra el efecto negativo de los aranceles norteamericanos, consistente en el fortalecimiento del mercado interno, algo que por lo menos a este columnista le parece necesario. La pregunta es obligada: si los genios de la 4T ya saben cómo hacerle para que la economía mexicana florezca independientemente del comercio exterior, ¿por qué no lo hicieron desde el sexenio anterior?
México y peor aún con el obradorismo en el gobierno, no tiene ni con qué defenderse de Trump y a menos que ocurra un milagro y el presidente norteamericano recapitule, las finanzas públicas y privadas en México se las van a ver negras.
El problema chino
Quien crea que la solución a los problemas comerciales de México está en Beijing se equivoca.
En el marco de la guerra comercial global dos naciones son las grandes protagonistas, ambas por cierto bajo gobiernos con déspotas al frente. A la primera, la de Trump la conozco íntimamente, a la segunda la de Xi Jinping, presidente de China, no tanto, pero la conozco.
El haber estudiado en la escuela Héroes de la Libertad, fundada y dirigida por la señora Eva Sámano de López Mateos contribuyó a mi interés por la geopolítica. En la “Héroes” de doña Eva a finales de los años sesenta las fascinantes manifestaciones culturales de la China de Mao eran frecuentes; es más, entiendo que la sede de la embajada de esa nación asiática se estableció en la que fue la residencia de la familia López Mateos cerca del Pedregal de San Ángel de la Ciudad de México.
La China de Mao con la que tuve ese primer contacto era una sociedad comunista, predominantemente agrícola y cerrada, cuya aviación civil era como el país una sumamente subdesarrollada, centrada en rutas domésticas y unas pocas internacionales, en la que destacaban sus 35 Hawker Siddeley Tridents británicos y sus escasos 10 Boeing 707, modelo que les gustaba tanto a los de la entonces Pekín que intentaron copiarlo en la forma del Shanghai Y-10, del cual se produjeron solamente dos prototipos. Después llegarían cuatro Boeing 747-SP a la flota de la entonces CAAC, hoy básicamente Air China, acrónimo de la actual Administración de Aviación Civil de China que regula y virtualmente opera al aerotransporte civil de la tierra de Confucio, hoy día convertida en toda una potencia aeroespacial.
La China de mi infancia realmente no exportaba otra cosa que ideología, algo que comenzó a cambiar a partir de la visita a Mao en 1972 del también nefasto presidente norteamericano Richard Nixon, dando como resultado el inicio de su industrialización mediante la creación de las primeras zonas económicas especiales de esa nación con vocación maquiladora y por ende exportadora. De esta forma la llamada Diplomacia del Ping Pong dio paso a la transformación de China en la segunda economía mundial, a una otrora atractiva solución a los problemas de abasto de ciertas cadenas productivas y como lo estamos experimentando a un verdadero dolor de cabeza.
Déjeme que le confieso que nunca me latió mucho que digamos el haber convertido a China en la gran fábrica del mundo. El haber hecho negocios con chinos y visitar sus fábricas y hermosas ciudades y magníficos atractivos turísticos me convenció que el mundo cometió un grave error al depender de las exportaciones procedentes de ese país. En varias ocasiones he sido testigo y hasta he sufrido las consecuencias de la explotación laboral, de las copias fraudulentas de productos occidentales, del racismo y de la deshonestidad de los empresarios chinos, de ahí que tiendo a respaldar aquello que contribuya a dejar de depender de sus productos y de su capital y más siendo ciudadano de un país como México, nos guste o no tan vinculado económica y políticamente a los Estados Unidos, con todo y su criminal e inmoral actual presidente. Por lo tanto, aplaudo cualquier esfuerzo que empresarios y gobierno en México hagan para desvincularse del gigante asiático, como aplaudo también aquello que podamos hacer para que, al estilo brasileño, ser lo más autosuficientes posible.
¡Trump no va a vivir para siempre, pero México y los Estados Unidos sí que lo harán!
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