Quizás en otras industrias, muy respetables, por cierto, se valga eso de que “echando a perder se aprende”, pero sin duda no es el caso en dos que no me cuesta trabajo identificar: la de la salud y la del transporte, en especial el de pasajeros y sobra decir en el aéreo, que entre muchas cosas comparten un concepto que me parece esencial: manejan altos riesgos para la vida humana.
Si bien me queda claro que el verdadero aprendizaje de una labor es en el campo, honestamente soy un fan de poner a una persona a realizar cierto trabajo y más cuando este supone interacciones directas con clientes, proveedores o autoridades, si no completamente preparado para ello, sin duda lo más cercanamente posible de estarlo, simple y sencillamente por proteger la imagen de una entidad pública o privada ante el usuario sobre las premisas de la calidad y la mejora continua y para evitar tratar con clientes legítimamente molestos al no recibir el servicio al que tienen derecho con todo lo que esto supone en materia de desgaste.
Insisto, quizás ciertas actividades productivas se pueden dar el lujo de asumir el alto costo que supone, comenzando por el mal servicio que se presta en esa etapa de mayor o menor improvisación y que todo individuo o empresa debe transitar antes de alcanzar esa madurez en sus procesos o la capacidad de sus colaboradores en llevarlos adecuadamente adelante, caso de cualquier negocio u oficina. Me queda claro que, por ejemplo, en una tienda de conveniencia de esas que hay por doquier en México, no resulta catastrófica, financiera, logística o sanitariamente hablando la falla por parte de un colaborador, tanto como estoy convencido que ante las inversiones asociadas a la generación de un servicio tan complejo, oneroso y riesgoso como es el aerotransporte, sus accionistas, llámese gobiernos, privados o una combinación de ambos, no se pueden dar el lujo de exponerse a un evento de consecuencias mayores o a la pérdida de cuantiosas inversiones a causa de tener a gente aprendiendo a hacer bien su trabajo, “jugando a los avioncitos”, caso en mi humilde opinión de lo que está haciendo la Secretaría de la Defensa Nacional con su nueva aerolínea, en la que “aprendiendo echando a perder” se han consumido y me temo seguirá siendo la constante, hasta que alguien no ponga orden en el asunto, miles de millones de pesos, si es que no se está poniendo en peligro la vida tanto de los ocupantes de sus aeronaves en operaciones de vuelo, como la de quienes podrían ser impactados en caso de caerse, situación que no quiero dramatizar o exagerar pero que, nos guste o no es de potencial realidad en cualquier aerolínea del orbe y más en una, como la que lleva ahora la marca Mexicana, en la que se está evidenciando esa dejadez a la que me he referido unas líneas antes.
Lo que le quiero decir estimado lector es que no se vale en cualquier negocio u oficina de servicios poner a alguien a aprender haciendo su chamba sin mediar la correspondiente inducción y capacitación y menos aun en actividades, como son los servicios de salud y de transporte. En las actividades de bajo riesgo las consecuencias son de índole comercial y de imagen, pero en los que están siempre en juego vidas humanas, tal y como ocurre en cada despegue o aterrizaje de una aeronave, las potenciales consecuencias llegan a tal magnitud que la industria mundial del seguro maneja con sumo cuidado cualquier cobertura de riesgo en la rama que se someta a su consideración, de ahí la importancia de evitar recurrir a una criminal improvisación y negligencia.
Si está a su alcance hacerlo estimado lector, no se dé el lujo de aprender echando a perder y menos si en una de esas se lleva al traste vidas y enormes capitales, especialmente públicos, que irónicamente podrían ser destinados, caso de México, a salvar vidas, digamos con mejores servicios de salud.
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